miércoles, 9 de marzo de 2022

Desembarcar (117/365)

Dime si es seguro desembarcar mi corazón en tu orilla. He llegado de noche y estoy cansada. A lo lejos veo tus hogueras y las luces en el antejardín de tu casa. Quiero dormir esta noche en sábanas limpias, en una cama caliente, sobre tu cuerpo, si fuera posible. 

No tengo armas, ni trampas, tampoco sé defenderme muy bien. Pero traigo comida y traigo una manta doble, traigo cosas de cuidar, cosas de cultivar. ¿Es seguro bajarme aquí? ¿Estoy a salvo en esta tierra bautizada con tu nombre? 

No hablo ni siquiera tu misma lengua; confundo las palabras con las cosas y uso las cosas como si fueran palabras. Tu cuerpo, por ejemplo, me sirve para nombrar el sonido de la lluvia golpeando el río. Digo lo moreno de tu piel cuando quiero describir el viento que hace vibrar a las montañas. ¿La música? con ella nombro tu mano en mi cintura.

Insisto. Quiero ser cautelosa, pero estoy cansada y necesito un lugar donde dormir. En este barco hace frío por las noches y cuando los mares se agitan paso la noche en vela, apenas tolerando las nauseas de tanto movimiento interior. 

Vengo a tocar tus puertas con humildad, trayendo apenas las pocas cosas que no me han arrebatado las tormentas. Vengo con las manos sucias, con los pies descalzos. Vengo con los ojos brillantes y con una alegría que está a punto de germinar. Ilusión, le dicen. Pero me pregunto si hay espacio en tu casa para una forastera como yo que carga con un corazón de viento, fugaz e impetuoso; un corazón devoto de la verdad, entregado por completo a lo tierno y vital que brilla en todas las cosas. Un corazón que sabe bien ser casa, ser la taza de tu té de las mañanas y, al mismo tiempo, ser la brisa que seca el sudor de tu cuerpo amante. 

Tomo el riesgo y toco las puertas de tu casa. 

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