La voluptuosidad de mi cuerpo no está en mi carne sino en mi deseo. Mi apetito se desborda por las cosas de los días, por el té y el chocolate, por las palabras, por la ternura; por la piel morena y aromática, por la vida vegetal que se expresa en el sudor compartido y la vida animal de una tarde de saliva y llanto.
Me reconozco en las cascadas impetuosas, en un relámpago poderoso, en una semilla que se rompe en verde virgen.
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