viernes, 25 de marzo de 2022

cinco y dieciséis (133/365)

Escuchar la lavadora a la cinco de la tarde me hace pensar en cómo, a veces, me atrapan ideas tan fijas sobre cómo debería ser la vida. Algo dentro de mí se incomoda al reconocer que hay una regla en mi interior que dice que la ropa se lava en las mañanas. De manera que el sonido de la máquina al atardecer me resulta incongruente y termina incomodando algo dentro de mí. Pienso en eso y en la idea de tener una cita a las ocho y treinta de la noche. Por alguna razón es una hora que me parece, al mismo tiempo, encantadora e inconveniente. No hay ninguna razón para eso, pero ocho y treinta me parece que no es ni temprano ni tarde. Entonces reconozco mi impulso de ubicarme en uno de los dos lados de la calzada... cómo me cuesta ubicarme en una zona intermedia, incluso si se trata de algo tan banal como la hora de lavar la ropa o el momento de encontrarme con alguien que quiero. Me sonrío cuando puedo apreciar estas asperezas de mi propia forma de ser y de existir en este mundo. La ilusión de control se escapa por cualquier ranura e infecta hasta las cosas más puras de la cotidianidad. Pienso que sería un buen ejercicio lavar la ropa a las dos de la madrugada, escribir a las cinco de la mañana y hacer ejercicio a las dos de la tarde. Estoy segura de que así es como vive la mayor parte de la gente y es una vida perfectamente funcional y feliz. Yo abrazo esa rigidez que me hace sentir inquieta; observo con cariño esas aristas afiladas del invento de mi personalidad.

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