sábado, 5 de marzo de 2022

En los puertos (113/365)

Una embarcación pequeña arriba a los puertos de mi infancia cargada de nostalgias y de anhelos. La veo desde la distancia que me da la madurez. Mi boca derrama pétalos morados cuando habla de sus amores. Una voz de trueno pronuncia Mi Vida, un momento dorado, un parpadeo de los dioses. Soy la cara transparente de la alegría. Soy un durazno jugoso a punto de caerse de la rama, ya fui la flor, ya fui la semilla. He germinado en la tierra de tus afectos, de tus afanes, de todo lo que te es desconocido. En ese lugar oscuro es que yo te conozco. 

El cuerpo doliente del tiempo perdido arriba a los puertos en los que he instalado mis banderas; busca abrigo, busca consuelo. Hay comida y agua fresca para los forasteros, para los que vagan buscando de un mar a otro. En la tienda del fondo se han instalado mi padre y mi abuelo, los perros de la casa les hacen compañía. Hay restos de comida y ropa vieja tirada por ahí; pedazos afilados de sueños que hieren sus pies descalzos. 

Sostengo entre mis manos el esplendor lívido de la muerte y me es permitido mirar en el fondo de sus ojos sin fondo. Toco la carne viva de todas las cosas y es una experiencia blanda y caliente, una viscosidad  mineral que mantiene con vida a la Vida. 

Una lluvia de pétalos morados queda flotando sobre las aguas. Un festival celebra la rueda del tiempo. Los que llegan, los que se van, los que nos sentamos a esperar: germinamos todos para marchitarnos. Somos un momento dorado, un parpadeo divino.  

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