viernes, 8 de octubre de 2021

Día 9/30: enamoramiento

No podría decir que me enamoré en cuanto lo vi. En realidad, salir con él era parte de mi tratamiento para buscar un camino de regreso de uno de los lugares más oscuros de mi vida adulta. Así que, de hecho, como pocas veces, llegué a la cita sin mucha expectativa. Fue tan fácil llegar hasta ese momento! fue todo tan tranquilo y natural que cuando llegó la hora de despedirnos y se ofreció a llevarme en su moto a casa pude decir, sin ninguna intención oculta, "no, gracias, prefiero caminar". 

Pero sí me enamoré la segunda vez que lo vi. Fuimos al Chorro de Quevedo en la tarde de un sábado de junio que recuerdo de vientos particularmente fríos. 

Nos sentamos en una banquita con los cascos de la moto entre los dos, creando un espacio que, en algún punto, me pareció infranqueable. Y hablamos y hablamos y hablamos de cosas que, obviamente, me parecieron encantadoras. Era demasiado tarde, yo ya estaba enamorada. Sus preguntas por mis primeras experiencias amorosas y sexuales me pusieron nerviosa. Siempre me he sentido insegura sobre esas historias del primer beso, primeros novios, primeras veces con el sexo. Aún me parece que mi desarrollo sexual tardío obedece a una suerte de inferioridad biológica, a un defecto congénito que me hacía menos deseable, ligado a la carencia de una belleza y de un encanto que, en las otras, era algo de lo más natural.

Después de unas dos horas, inevitablemente, el tema se va agotando mientras el deseo no para de crecer. Así que, en uno de esos silencios incómodos que acontecen en las primeras citas, él me pregunta ¿en qué piensas? y yo le contesto que lo que pienso no se lo puedo decir, que se lo tengo que mostrar. Y entonces, no sé ni como, me deslizo por encima de los cascos y lo beso.

La humedad de nuestra cercanía convoca una de esas lloviznas bogotanas que nos obliga a salir de ese lugar, exageradamente público para el tono de nuestros besos. Así que, con el pretexto más tonto (y dulce) del mundo, decidimos que vamos para su casa.

Tres cosas sellaron definitivamente ese día como el día en que me enamoré de él:

La forma en que, por debajo de mi blusa, me reveló unas manos increíblemente delicadas mientras hacíamos un té y hablábamos de telas y costuras.

El gesto con el que me desnudó frente a un espejo de cuerpo entero y me dijo al oído: te ves muy linda sin ropa.

La música que disfrutamos antes, durante y después de tener sexo en su cama. Selección musical que no ha variado mucho desde entonces y que, aunque ya no me sorprende, todavía me enamora. 


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