sábado, 30 de octubre de 2021

Día 30/30: 4 escenas

Me despierto con el sabor de otra boca en mi boca y el deseo todavía cosquilleando en mi piel. Sonrío. Miro la hora en el teléfono: 7:09. Encuentro una nota de voz y dos mensajes eliminados; me siento profundamente amada y afortunada por lo primero, curiosa por lo segundo. Pienso en que Lila debe estar esperando para salir y desayunar; en que tengo un montón de cosas de casa por hacer pero aún no quiero salir de este letargo de calorcito, besos y cerveza. Sonrío otra vez. 


Se hizo tarde para preparar el almuerzo. Hoy es para tres y decidimos que será menú vegetariano para todas. Me encanta cuando puedo cocinar con y para mis sobrinas. Salgo a la huerta para ver qué hay y me encuentro con una coliflor gigante, blanquísima, que será una tortilla deliciosa. Me cuesta sacarla de la tierra y limpiarla para entrar a casa. Me siento millonaria cuando hago algo así. Como si, solo a mí, me fuera dada la posibilidad extraordinaria de comprender la conexión que tenemos con la tierra, la interconexión con otras formas de vida, las lecciones de transformación y cambio que puedo recibir al cultivar en casa nuestra propia comida. 


- Hace frío ma, voy a hacer una aromática. ¿Quieres?

- Si hija, gracias.

- ¿Quieres de cidrón?

- (Piensa un poco) Sí, cidrón está bien.

Pongo el agua en la estufa y salgo a buscar dos ramitas tiernas de cidrón. Las pongo en el agua y subo a sentarme con ella en la silla vieja que está a los pies de su cama. No hablamos; ella está ocupada en su teléfono y yo la miro. Hay una sensación bonita, de serenidad casi rozando el aburrimiento y pienso: es la vida, es envejecer, es no tener más planes y experimentar, profunda y honestamente, la presencia de alguien más en la propia vida. Amor.


Uno de mis vestidos favoritos perdió un botón y por fin me propongo solucionarlo. En un rincón de mi cuarto, una caja de cartón llena de otras cajitas. En una de ellas, hilos de muchos colores; en otra, encajes; en otra, cintas y cremalleras; al fondo, una caja azul de florecitas con contenedores repletos de botones de muchos colores, formas y tamaños. Mi mamá encuentra en una bolsita trasparente exactamente el botón que estamos buscando: uno pequeño y nacarado de dos huequitos. Busco en el frasco de vidrio una aguja nueva y enhebro el hilo gris, porque no tengo azul oscuro. La tarea no toma más de tres minutos durante los cuales me transformo en pura añoranza. Vuelvo a guardar todo, menos mi amor por una vida que llamo mía y un corazón que busca su camino en las cosas más simples y cotidianas. 

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