miércoles, 27 de octubre de 2021

Día 27/30: mapa de sentidos

El sol sale por el oriente y hay una oscuridad silenciosa. Fría, refrescante, llena de poder.

Voy hacia el norte y hago algo que me da miedo. Me subo a un carro junto a alguien cuya voz suena como algo que me gusta. Casi no lo miro, pero me gusta escucharlo reír. No sé cómo se describe la risa de alguien, pero la de él es contundente y me hace sentir que está bien ser esta maraña nerviosa llena de lazos sueltos y rotos.

De regreso al sur, la casa huele a carne frita; quizás el olor que más me fastidia en esta época de la vida y que me hace anhelar una casa que tuve, una que olía siempre a vainilla: la casa a la que quiero llamar mía, donde Lila y yo escuchamos nuestra música y conversamos mientras hacemos el almuerzo (vegetariano).

Unos escalones más abajo me doy cuenta de que he pasado el día llorosa entre el calor que genera el cuerpito de Lila contra el mío y las canciones que me hacen sentir que está bien romperse el corazón de vez en cuando. Que así revivo, que así me mantengo atenta. Doy tres vueltas a la manzana y en cada vuelta un café. El primero con leche y sin dulce, el segundo sin leche y con dulce, el tercero amargo y oscuro. 

No me di cuenta por dónde se puso el sol. Yo me quedé al calor de las cobijas de la cama de mi mamá, sintiendo el paladar herido por las papas fritas mientras me aturdía con una peli de lo más cursi. Can we try? dice Ben Affleck con los ojos llenos de lágrimas. Me pregunto lo mismo con las mismas lágrimas. 

No puedo irme a dormir sin sentir de nuevo el olor a perro de mi perro y escucho la música de alguien a quien me gustaría besar. Ok. Una sonrisa antes de regresar al mundo. Que está todo bien y hay un millón de cosas extraordinarias que dejo escapar mientras hago pataletas de niña caprichosa. 

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