domingo, 10 de octubre de 2021

Día 11/30: "me acuerdo de"

Me acuerdo de haber sido una niña muy tímida, absolutamente convencida de ser mucho menos de lo que era.

Me acuerdo de las tardes de vacaciones cuando hacía mucho sol y mi abuela salía para decirnos que era hora de comer helado. Esos heladitos que se hacían en casa en los moldes redondos y plateados con el jugo del almuerzo. Los de guayaba eran mis preferidos, tan exageradamente dulces, con grumitos de fruta y en la base, la escarcha en la que se había convertido el líquido claro que quedaba en la superficie cuando el jugo empezaba a congelarse. 

Me acuerdo, mucho, de la cocina de mi abuela en nuestra infancia. En las alacenas de arriba siempre había cosas ricas para comer. Cosas que en casa nosotras no teníamos, cosas que mi tía podía comprar y mi mamá no podía y entonces siempre era un momento feliz cuando podíamos comer algo de esa alacena.

Al otro lado, en el mueble que siempre fue verde pero ahora es blanco, estaba el tarro del pan. Ese tarro rojo de tapa blanca, cuadrado, donde, hasta hoy, sigue estando el pan. Siempre había pan fresco de la panadería de don Juan y siempre podíamos comer. Claro, siempre había que pedir permiso pero podíamos comer. Porque aprendí muy pronto que pedir ese permiso era algo muy, muy importante y que tomar algún bocadillo o alguna chocolatina Jet sin haberlo hecho, era un motivo de profunda vergüenza. Creo que nadie me lo enseño, pero yo lo aprendí muy pronto. 

Y me acuerdo del monedero negro de mi abuela en la ventana de esa misma cocina, llenísimo de monedas con las que nos mandaban a comprar el pan y si, la Coca Cola que siempre estuvo en la puertica de abajo del mueble de madera. Claro, para tomar Coca Cola, obvio, también había que pedir permiso y se pedía con cautela, porque tampoco en casa había Coca Cola, lo que la hacía parecer como algo muy valioso, algo que no se puede gastar tan pronto, algo que no se puede tomar así como así.

Ahora no sé si haber sido tan tímida y haberme sentido siempre menos, mucho menos, tiene que ver con esto de pedir permiso para tomarme una Coca Cola con pan. No se si debía pedir permiso porque, en efecto, era mucho menos o si, simplemente, me sentía mucho menos, porque tuviera que pedir permiso.  En todo caso, aun ahora, cuando voy a comerme un bocadillo o a tomarme una Coca Cola, una partecita de mí tiene que pedir permiso y otra partecita de mí tiene que dármelo y tiene que decirme que está bien y que es mi derecho comerme todos los bocadillos y todas las Coca Colas, juntos si quiero, aunque sea algo asqueroso, pero en fin, que ya no estoy en la cocina de mi abuela.

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