viernes, 1 de octubre de 2021

Día 2/30: autobiografía

Cualquier día me levanté para darme cuenta de que, a lo mejor, ya estaba hecho... me había convertido en una persona que me gusta.

Y no porque fuera particularmente agradable, porque tuviera ojos bonitos y piernas sexys; poco tiene que ver con el amor leal que me tiene mi perra o las razones por las cuales he merecido la inmensa fortuna del amor de mis amigas y algunos seres maravillosos que andan por el mundo. 

Me gusta esta persona que soy porque cada vez le temo menos a mi cara roja de vergüenza. 

Porque he aprendido a disimular mis arrugas en las fotos, y es que, no, no me gusta tener más arrugas, pero puedo tolerar con amabilidad esa incomodidad que me produce hacerme vieja... perder algo que siempre sentí que era importante. No, no me peleo con mi vanidad aunque a veces me haga daño. Vivo entre el amor y el odio con este cuerpo que come mucho o no come nada, con estas hormonas que renuncian a darme una vida decente por algunos días al mes, por un par de semanas al año. 

Me convertí en alguien que me gusta gracias a no tener opción cuando todo lo que detesto de mí se me vino encima. Cuando me di cuenta de que en realidad no soy tan dulce, tan buena, tan paciente, tan... Sí, pude decirme a mí misma y, por ahí, hacerle saber a quienes me aman que aunque sigo intentando ser perfecta, ahora sé que no tiene caso, que a nadie le importa, que en realidad es lo peor que puedo intentar ser y que todo el mundo tiene alguna pelea casada con esa sombra que a mí, como a tantas y también a tantos nos ha hecho la existencia mucho más ardua de lo que debería. 

Cualquier día me levanté para darme cuenta de que, sí, me había convertido en alguien que me gusta. Ese día, particularmente fresco y luminoso, abrí los ojos en el hotelito más lindo de una ciudad tropical, envuelta en los brazos y la humedad de un amor que me enloquece. Y pasamos las horas andando por ahí, buscándonos la boca extasiados, recorriendo la playa, viendo la luna gigante iluminar el mar. Me lo llevé a bailar, yo luciendo mi vestido verde, imaginando que no había más dicha que esa, dejando que todo cayera lentamente en el lugar preciso... nosotros dos, nuestros manos ansiosas, nuestra inquietud por noches de esas que no regresan nunca. Y no, no regresamos nunca. No regresó él, no regresé yo, nunca regresaron nuestras lenguas de aquellos besos, no regresó nada, ninguna certeza. 

Es que cuando una, finalmente, se convierte en esa, es imposible regresar de cualquier cosa. No de la dicha ni de los amargos reflejos de la que ya no se es. Y cualquier otro día, a lo mejor,  me despierte de nuevo y me guste, finalmente, la persona en la que me haya convertido. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario