Siempre fui una niña hermosa, pero los hombres de mi casa me hicieron creer que no lo era. Fui, además, una niña de buen corazón, pero las mujeres de mi casa me hicieron creer que además de ser fea era una niña fastidiosa. Digamos que siempre fui una niña de segunda. Yo era la que no era rubia y era la que era menos bonita, también era la que más lloraba y era la menos divertida. Seguro que era mucho más que eso, pero cuando miro las fotos de mis ocho años, me rompe el corazón que eso es lo que yo veo. Miro las fotos de mis quince años y veo un intento fallido de esconder a esa misma niña que ya entonces me rompía el corazón.
Algunos días me sigo sintiendo esa persona, absolutamente perdida dentro de mí, incomprendida y sin comprender cómo es que funciona el mundo y por qué no puedo funcionar a su imagen.
¿En qué lugar de mi infancia me dejó abandonada mi padre? No he podido regresar, no he podido encontrar un camino hasta aquí.
Esa frase brota de mi corazón herido por la distancia de un hombre hermoso. Sentirme abandonada es una herida mortal. Se lo dije pero lo olvidó.
Intuyo que lo que me hipnotiza en la cama con alguien es esa sensación de encontrar un camino de vuelta. De sentir que, a diferencia de la niña que me habita, la mujer que soy es mirada de frente y recibida de cuerpo entero. Mirarme en la excitación de los ojos de un hombre es como escuchar mi nombre pronunciado con mi propia voz. Soy yo la que está ahí; soy yo la dueña de esa carne y ese sudor. Regreso. Encuentro, al fin, una lógica para el mundo y las cosas del mundo, aunque sea una lógica banal, el placer por el placer y ya está. Quizá no es tan banal.
Esta noche después de cepillarme los dientes concienzudamente frente al espejo, gire un instante antes de apagar la luz y salió espontáneamente de mí "qué hermosa eres". La niña fea que sigue adentro se regocijó: "ya lo sabía. Al fin puedes decirlo". Mis caderas y mis tetas pequeñas, mi falta de cintura, mi piel reseca, mis dedos torcidos, mi piel dispareja, mi cabello indomable, mi pancita. Qué hermoso es todo lo que siempre he odiado de mí. Qué extraordinario es este conjunto de cosas descoordinadas al que llamo por este nombre. Por eso me hipnotiza estar en la cama con alguien, por eso quiero estar en la cama con los hombres hermosos de mi vida; porque puedo abrir mi caja de secretos vergonzosos para burlarme de los adultos que no supieron devolverme con su mirada el amor que yo sentía por ellos, que no supieron ver en mi cuerpo menudito y marrón el magma creador de esta vida que florece, de esta belleza que se propaga como musgo húmedo sobre las piedras, de este vigor primigenio y silvestre. Qué hermosa eres, me digo. Mi deseo se enciende. Entonces regreso.