lunes, 4 de julio de 2022

Reirnos juntas (234/365)

Lo que más extraño de estar cerca de mi hermana menor es la risa; los ataques de risa que nos agarran por las cosas más tontas. Extraño escucharla toser después de una carcajada y reírnos más y decirnos los apodos cariñosos que hemos ido acumulando por décadas. Extraño reírnos de nosotras mismas y una de la otra; de las historias de la familia que nos contamos una y otra vez; de nuestros recuerdos, de nuestros momentos felices de la infancia, de nuestros fracasos estrepitosos en el amor y en el sexo; de nuestros proyectos de vida conjunta. 

Daría todo por poder pasar las tardes de los sábados y las noches de los domingos con la cabeza apoyada en su panza viendo alguna película que nos sabemos de memoria, haciendo absolutamente nada más que compartir el tiempo de nuestra vida. 

Con nadie me puedo reír como me río con ella. Nadie conoce mi humor y mi estupidez como ella, porque en nadie confío más que en ella. Solo en su amor transparente me dejo caer por completo; arte que nos ha llevado años perfeccionar, pero lo hemos logrado y ahora nos lanzamos desde todas las alturas en el pozo de amor que contemplamos desde dos orillas diferentes de esta América Latina que nos separa, pero no definitivamente, porque no hay tierra ni tiempo equivalentes a la magnitud de este lazo y de este afecto que le da vida a nuestras vidas.

Quiero mover el mundo para traerla por un par de semanas a esta orilla y dejarla reír y dejarla llorar por todos los días en que lo ha hecho allá, solita, sin mi, sin mi risa y sin mi llanto que la acompañen. Quiero traerla aquí a mi ladito para reírme yo y para llorar yo en sus manos esta alegría de tenerla en mi corazón y ser parte de esta celebración de todo lo que vale la pena celebrar en este mundo. 

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