viernes, 29 de julio de 2022

Cama para tres(259/365)

Miro a Lila intentando de todas las formas posibles echarse en la cama lo más pegadita posible de mi madre. Ella, que se muere de miedo de que la perra la muerda, se acomoda para darle lugar y que así esté tranquila. Yo les tomo fotos y me derrito de amor cuando las veo una encima de la otra, las dos intentando acomodarse sin molestarse. Entonces me parece que estoy a salvo y que toda mi desesperación y angustia se desvanecen. No quiero perderlas nunca. Quiero inmortalizar estos momentos tan simples de cobijas revueltas, pijamas prestadas y cada una en lo suyo, las tres en la superficie mínima de mi cama que se convierte en el infinito amoroso en el que puedo, al fin, ser yo misma y descubrir las heridas que tanto me duelen. Mi amor, mi madre, mi perra, mi vida rota, mi cuerpo enfermo, mi mente atribulada, mi escritura, mi música, todo mi mundo aquí contenido en un momento feliz, apelativo burdo para este alivio y esta ilusión. 

Respiramos, las tres, casi al mismo tiempo. La habitación huele a perro y a aceite de uva que he frotado en la espalda de mi madre. Jugamos en su teléfono a adivinar palabras mientras vemos pasar el tiempo. Eso es lo que hacemos cuando ella viene a visitarme. Vemos pasar el tiempo que nos queda juntas y es una experiencia incomparable. Vuelvo a estar en su vientre, vuelvo a cantarle desde adentro de su propio corazón. Y Lila ronca, ella solo ronca y nos hace reír. 

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