miércoles, 13 de julio de 2022

luz de soledad (243/365)

Decido contactar a alguien que ha desaparecido de mi vida hace algunas semanas con una motivación amorosa y dulce. Cuando responde mis mensajes comprendo que la alegría que había en su presencia se ha difuminado en el silencio y la distancia. Es más, ahora me parece que mi cariño no era más que una lamparita tratando de iluminar un abismo. Qué fácil nos engañan las emociones, las dulces y las amargas. Yo, que me empeño en enamorarme de toda criatura viviente que traiga untada en las manos un poco de belleza; yo, que cada tanto destruyo el mundo para volverlo a crear a mi imagen y semejanza; yo, que hablo tanto y reflexiono tan poco; me descubro con el corazón desportillado. 

Me consuelo pensando que estoy en un periodo de transición y que las transiciones siempre me cuestan, pero no acabo de convencerme. ¿Acaso, no se trata la vida de pura transición? Entonces, ¿qué es lo que me cuesta y me incomoda mientras lo extraño y al mismo tiempo quiero que desaparezca de mi vida?

No soy más que una egoísta y vanidosa. No soy más que un humano, una criatura de carne y sangre y los días contados. No soy más que un puñado de temores y anhelos de cuidado. Apenas un viejo corazón de cristal, una joya olvidada y deslucida. Una luz tímida. Una señal de algo infinito, pero apenas una señal. 

Se hace de noche y permanezco en el sillón mientras aguzo la vista para ver si encuentro por dónde agarrar estos días y estas ganas de volver a reírme de todo, del silencio, de la distancia, de los desperfectos de mi corazón iluminados por la luz de la soledad. 

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