lunes, 18 de julio de 2022

corazón con hambre (248/365)

Tener un corazón hambriento a veces se experimenta como una espantosa sensación de soledad. A veces como una libertad que le rompe a uno el pecho y le desarma la vida. A veces es como una necesidad imperiosa de silencio y de encuentro con las partes más vulnerables de uno mismo. A veces puede ser una lujuria desconcertante o un desgano por todo lo que sea profundo y sólido. 
Mi corazón hambriento centellea en mis ojos cansados mientras tomo un baño caliente y escucho canciones que me recuerdan a un hombre hermoso. Detesto las canciones que amábamos; detesto el poder que su afecto tiene sobre la mujer herida que también me habita. Estoy cansada de renegar de ella que por temporadas se muere de hambre, mientras le es negado el humano pedazo de amor al que tiene derecho. 
No reniego más del dolor de tripas de mi pobre corazón. No reniego de su debilidad y su palidez cuando lo necesito fuerte. Lo comprendo y siento lástima de él. Le ofrezco un poco de agua para que se reponga y entonces lo invito a cenar. Una comida sencilla, de las que hago con mis propias manos sin alardear ni presumir. Una sopa de verduras con un poco de pan. O quizás pasta con salsa de tomate. Charlamos y dejo que lama el plato al terminar. Le digo que puede venir cuando quiera, que puede comer aquí cuanto quiera, que vamos a comer con las manos y que no vamos a dejar migajas en la mesa. Sé que mi corazón nació hambriento; su peor defecto, su mayor virtud. 

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