viernes, 22 de julio de 2022

Digo de mí (252/365)

Hablo sobre mi historia y sobre las ideas que dan forma a mi vida con un hombre desconocido. Le miro mientras me habla y pienso en sus ojos tranquilos y bellos, ojos cargados de frustración y melancolía. ¿Será que también a mí se me notan los sueños rotos y las promesas incumplidas? Le miro y pienso en los hombres hermosos a los que he amado, pienso en M. y pienso en A., pienso en la forma dolorosa en la que los quiero y no logro separarme de este deseo de hacerlos encajar en los espacios de mis días. Falso. Quiero hacerme encajar en el espacio de sus afectos. Miro a este hombre desconocido y le escucho decir cosas amables, le escucho decir que le inspiro confianza y entonces me enamoro perdidamente de los tiempos de calor compartido en mi cama con los hombres que he amado; con M. y con A., me enamoro de su lengua resbalando por mi cuello entre carcajadas y reconozco la avaricia de mi corazón. No es posible ser amada por todos los seres que despiertan mi deseo. No me corresponde en esta vida esa dicha, ese flagelo, esa indefensión ante la fuerza de un cuerpo enamorado. 

Me miro en los ojos de alguien que apenas ha pronunciado mi nombre por primera vez y me deja perpleja la imagen de mí que he construido con el paso del tiempo. Me recuerda las esculturas de arena que veía hacer en las playas del caribe colombiano durante de mi infancia. Me preguntaba, ¿cuánto tiempo dura una escultura de arena? ¿Por cuánto tiempo estará este hombre sosteniendo con agua salada las figuras que los turistas admirábamos durante nuestras cortas vacaciones? Recuerdo mi expresión maravillada y mi angustia ante la consciencia de la finitud de estas obras de paciencia. Pues esa misma sensación me embarga cuando me contemplo sobre la mesa, hecha relato en la primera cita con un hombre desconocido. 

He aprendido a tomarme estas cosas un poco más a la ligera. He aprendido a sostenerme en la presencia deliciosa de M., en la ausencia dolorosa de A., en los intentos fallidos por ser amada por los hombres a los que me he empeñado en amar, estúpidamente, tercamente. 

Se me nota todo, la herida y la coraza; las victorias y los desmayos. Se nota el hambre y la sabiduría; se me nota el temor y el anhelo. Me lo tomo a la ligera y me dejo caer en las palabras que me inventan. 


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