sábado, 23 de julio de 2022

Lila duerme (253/365)

Apenas termina la película, apago el sonido y el apartamento queda de nuevo en silencio. A mis pies Lila duerme profundamente. A su alrededor sobre mi cama están sus juguetes preferidos con los que ya no jugamos pero que ella lleva y trae de un lugar a otro para que terminen el día normalmente sobre mi almohada. 

La miro y no quiero despertarla. Casi que preferiría irme a dormir a la sala y dejarla a ella durmiendo en mi cama. Pero sé que no sería algo bueno, ni lógico, no razonable. Me pongo los tenis y me preparo para sacarla por última vez en el día. Voy hasta la puerta por la correa y silbo para que salga, pero no sale. Voy hasta la habitación y toco suavemente su cabeza. Le digo lo más delicadamente que puedo: nena, vamos, es hora de salir.

Se despereza y me deja ponerle la correa. Salimos sin prisa y esperamos el ascensor. Al subir le pido que siente y se sienta. Le repito con frecuencia que los perritos juiciosos viajan sentados en el ascensor y cuando me mira, comprendo que no le hace gracia el comentario. La puerta se abre y sale afanosamente para esperar a que nos abran la puerta de vidrio mientras ella observa con recelo a la Cocker Spaniel que le devuelve la mirada en el cristal; se agita y empieza a ladrar, intento que salgamos pronto para que descubra el engaño. Ya no le importa porque ha llovido y los olores de la acera se levantan con fuerza. Caminamos media cuadra hasta que llega a su lugar de siempre para orinar antes de dormir. Hace un frío agradable pero no estoy de ánimo para caminar. Estoy luchando contra el deseo de tomar alcohol; estoy luchando con todas mis fuerzas contra el impulso de ir a comprar algunas cervezas. Me siento miserable y triste por albergar este sentimiento, porque me sea tan difícil resistirme. Pero lo logro y regresamos a casa con rapidez porque estoy por explotar en llanto. 

Marco el piso cinco en el ascensor y miro mi reflejo en el espejo. Qué cansada y sola me siento esta noche. Qué ganas de anestesiarme con alcohol.

Abro la puerta y me quedo llorando detrás de ella apenas cerrarla. Lila que ha entrado directo a la habitación regresa a buscarme y se queda parada a pocos pasos mirándome. Respiro profundo y me seco las lágrimas mientras voy hacia ella, acaricio sus orejas y luego me huelo las manos.

Ahora la veo dormir panza arriba, con sus patas traseras abiertas y su respiración tranquila. Estoy por irme a dormir a la sala para no perturbarla, pero, ya lo sé, no debo. Escribo y la miro de reojo y lloro de nuevo por tener tanta suerte, por este amor, por esta criatura, por ser salvada cada noche del cansancio y la soledad.

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