domingo, 17 de julio de 2022

Fantasías (247/365)

Hay una dentro de mí que tiembla mientras otra la mira. Algo así, o eso exactamente, leí en el libro de Rosa Montero. Ella dice que la que mira es la que escribe. Qué preciso; qué precioso. 

Hay una dentro de mí que se sienta a mirar por la ventana y no ve otra cosa que gente que se ama y que ahoga la soledad calcinante en las tiernas aguas de la dicha compartida. No es cierto. A la que hay dentro de mí le gusta dramatizar y habitar las fantasías del desamparo y el abandono. Una y otra vez la historia de la infancia que de tan repetida, parece inventada. ¿De verdad fui una niña abandonada? ¿No tuve acaso todo lo que necesité y mucho más? ¿Qué parte de mí es la que se siente tranquila en medio del drama?

¿Por qué me importa tanto un mensaje sin respuesta? Hay una dentro de mí a la que le gusta tentar a la vergüenza y entonces se expone y empuja y remueve hasta abrir un boquete en la superficie de la normalidad para sacar la cabeza. Lloriquea pero ahí se reconoce. Que la vida es muy corta, dice. Que hay que intentar las cosas que a uno le dan susto. Que no hay nada que perder porque la muerte lo borra todo, incluso la vergüenza. 

Me quedo esperando la respuesta de un desconocido y me quedo esperando que la vergüenza me cubra el rostro de impotencia por no poder habitar otra de mis fantasías. Descubro que esa es la fantasía principal. ¿De verdad mi padre me abandonó, perdido en amores por mis hermanas? ¿Es ese mito sobre mi propia vida una estratagema para evadir la crudeza de lo que simplemente es estar con vida?

Me enojo y me resiento por no tener un dios al que pueda reclamarle. Armo otra fantasía para preguntarle si es muy difícil que yo le guste a los chicos que me gustan. Le reclamo por los mensajes sin respuesta y hago de cuenta que una voz divina me responde. Todavía no cuaja la respuesta. Subo el volumen de la música que compone el chico en cuestión y creo mi teatro de sombras. El dios tiene su sonrisa - imaginaria, por supuesto- y su voz, aunque sea demasiado aguda para ser la voz de dios. Se aclara la garganta y me responde que la vida es como es y que en el fondo de las aguas de la dicha compartida no hay más que fango y porquería. Estás a salvo, me dice, la sonrisa de dios está en donde quiera que mires. 


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