lunes, 12 de septiembre de 2022

Tengo un hogar (303/365)

Sí, a veces me hace falta compañía, aunque detesto la sensación de que alguien invada mi espacio, mi silencio y mi cuerpo, y eso es inevitable tarde o temprano cuando tienes compañía. A veces, sí, me hace falta la presencia caliente de otro cuerpo, aunque no resista la sensación de fracaso cuando un cuerpo se hastía de otro cuerpo. A veces la contradicción de mi deseo me supera. Y, a veces, me siento completamente perdida en una soledad sin horizonte ni muralla. Ahí aprendo a vivir y aprendo a darle profundidad a las cosas elementales. Me quiebro y con los pedazos me invento una fuerza.

Sin embargo, algunos días esa fuerza se me moja y no enciende de ninguna manera. Me toca quedarme sentada, solo viendo pasar el día, soñando con alturas que me parecen inalcanzables, con palabras, con ciudades, con ternuras que jamás experimenté. Me muero de frío.

Pero en la mitad de la noche comprendo que el problema es que dramatizo constantemente una vida vacía y hago de cuenta que no vivo en un jardín fecundo, en una naturaleza abundante y riquísima. La soledad, entonces, me confronta con todos mis privilegios, con mis caprichos, con mis tonterías. ¿Qué más necesito? ¿Qué hago con esta vida preciosa que se me gasta? 

Solo necesito ponerme en contacto con la naturaleza oscura de mi ser, con mi criatura salvaje, con mi canción ancestral. Es decir, solo necesito aclarar la voz y decir mi nombre con fuerza. Hacer vibrar en mi garganta las pocas palabras esenciales de estar en este mundo y tener un hogar. Porque lo tengo. Y lo tengo marcado en las palmas de las manos. Donde sea que soy capaz de tocar la carne viva del mundo, ahí tengo un hogar. 


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