lunes, 26 de septiembre de 2022

Lo bueno (317/365)

Es bueno poder irse de los lugares que no nos hacen bien. Incluso si esos lugares nos gustan. Y eso es lo difícil, que esos lugares nos gustan y sufrimos porque sabemos que hay que irse pero al mismo tiempo no queremos dejarlos. A veces no queremos dejarlos jamás. A veces no podemos dejarlos jamás. A veces morimos en el intento (de dejarlos o de no dejarlos).

Irse requiere valor, porque lo que dejamos es una parte de nosotros que es profunda porque ha conocido lo más bello y lo más desgarrador. Ser uno mismo y ser un completo desconocido para uno mismo. 

Es la cuarta vez que me voy. La despedida es cada vez más intensa porque amo mejor. A mí misma, quiero decir. ¿Cuántas veces más tendré que irme para poder quedarme? En mí, finalmente, quiero decir. Estoy hablando de romance por supuesto. El amor me transforma y cada vez que he dejado todo me he dejado también a mí misma para inventarme algo nuevo después, con las cenizas, con los pedazos, con las semillas. Se me notan los remiendos y las costuras. Se me nota lo torcido, lo usado, lo vencido. Y yo me aliso la blusa mientras sonrío con la esperanza de que se note menos y parezca que estoy entera y que resisto un año más, una vida más.

Pero también es bueno poder instalarse en algún lugar, así no sea un lugar tan bonito. Está bien instalarse en una casa pequeña, en un corazón sencillo, en unos días solitarios, en una vida sin ambición.  Podemos existir con mucha dignidad en esa situación y eso ya es suficiente.

El silencio me regresa a un lugar en el que al menos puedo dormir sin sentir que estoy huyendo de todo. Es bueno poder dormir como quien ha perdido una batalla y ya no tiene que levantarse de nuevo a luchar. Es bueno poder agarrar la vergüenza entre las manos y exprimirle todo el dolor para que me quede apenas la inocencia, sequita y lista para usar. Dignidad. Vivir así, amar así. 


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