domingo, 25 de septiembre de 2022

Bendito domingo y soledad (316/365)

Bendito silencio. Bendita soledad.

La luz rosada de la tarde golpea las montañas del oriente y las vuelve grises. El azul pálido ilumina la casa, toda. Me ilumina, por fin, por dentro y tu nombre me deja de sangrar. 

Me he retirado del mundo por un par de días para intentar que el espacio que ocupaba tu cuerpo fuera ocupado por algo más. Dejé que me sepultara el llanto y que me ahogara la sensación fantasma de tenerte entre mis manos. Suena exagerado, pero se veía como algo natural. Es natural que llore y que sienta el vacío de mi cuerpo sin tener el tuyo adentro. Es natural que tu ausencia haga brillar tu presencia. Es natural dramatizar que te extraño aunque sé que aún no te extraño de verdad. Voy a extrañarte más en los otros días, en los que casi te haya olvidado y de repente me parezca imposible que ya no estés. Pero está bien tomarme un día o dos para darme cuenta de que antes estabas y de que ya no estás más. Y que de eso, también de eso, se trata nuestro amor. 

Bendito silencio que me trae de vuelta a casa, que apaga las distracciones y pone color en mis mejillas de nuevo. Es la soledad la que limpia la casa y la deja brillante a su paso, el frutero lleno, las plantas húmedas, la cena caliente, las uñas bonitas otra vez. Me siento como una persona completa, como una rama fuerte sosteniendo frutas maduras. Me miro el cuerpo y me parece que está bien. Me lavo los dientes y me da gusto cuidar de mí. Escribo la lista de la compra y me parece que soy capaz de dirigir el mundo. 

Toco a la puerta de mi propia casa y soy yo quien abre complacida, soy yo la anfitriona de la fiesta de mi propia vida. Soy la que bendice lo que toca y la que recibe la dádiva de una luz capaz de atravesarlo todo. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario