jueves, 8 de septiembre de 2022

Jueves común (299/365)

A esta hora veo desde mi ventana los cerros tupidos de verde y parches amarillos de sol que se filtran por entre los cielos grises de este septiembre. He dejado el apartamento en silencio y puedo apreciar la convivencia serena con mi perra en este espacio pequeño. Tengo una taza de té verde sobre la mesa y escucho de fondo la secadora terminando su tarea. Es una tarde común de jueves salvo por tres cosas.

La primera, es que soy una mujer madura, independiente, con tiempo y recursos para gestionar mis actividades laborales y encontrar espacio para contemplar las montañas desde mi ventana de Chapinero y luego sentarme a escribir, porque sí, porque me hace feliz escribir. Eso es un privilegio. Eso es algo poco común y lo agradezco.

La segunda, es que mientras escribo esto y disfruto de mi taza de té, espero a que un hombre hermoso toque a la puerta. Cuando le abra dentro de un par de horas vamos a sonreirnos y a abrazarnos y a preguntar por nuestros días. Si estoy de suerte, va a venir con la chispa de la conversación encendida y vamos reirnos y perder el tiempo juntos, que es la mejor manera de ganarlo. Y más tarde vamos a hacer el amor en las sábanas limpias. Compartiremos nuestros cuerpos solo por pasarla bien, o tal vez por sentirnos cerca, o a lo mejor por juntarnos en un lazo de cuidado, por sentirnos menos solos en todo caso. Esta libertad amorosa, este cuidado valiente es muy poco común. Es una hazaña.

La tercera, es que puedo reconocer en la tormenta de mi corazón el poder salvaje de la vida que a veces se agita y a veces se apacigua. Puedo percibir un brote tierno abriéndose paso por entre las pequeñas tragedias de lo cotidiano y eso me parte en dos, pero me pone en contacto con la cualidad amorosa de mi ser y me hace desear furiosamente que las personas que amo estén a salvo y estén en paz. Logro ver a través del dolor que me rodea y eso me hace fuerte. Esa vuelta de perspectiva que se aleja de la esperanza es contraintuitiva y poco común. Esa es mi mayor fortuna. 

Así que es una tarde de apreciar mis privilegios y de prometerme utilizarlos para crear bienestar en el mundo, tanto como pueda. Pasa un jueves y hago consciencia de la forma en que lo vivo. Me siento amada y me siento radiante de amor para dar. Disfruto mi cuerpo y me siento orgullosa de ello. He ido a mis infiernos y he regresado más valiente y más digna. Respiro amorosamente y pronuncio los nombres que dan forma a mi vida. 

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