viernes, 2 de septiembre de 2022

Regreso a casa (293/365)

Una buena vida, por ahora, tiene que ver con llegar a casa y sentirme entre resignada y contenta por habitar este cuerpo y transcurrir en él los días y las noches, dignamente, generosamente, conscientemente. 

Casi sin darme cuenta he construido una trocha dibujada apenas con mi transitar. Voy de aquí para allá y de allá para acá, aplastando con el peso de mis pasos la materia voluminosa que crece silvestre. Entonces, poco a poco, aparece un camino, una línea a la que le pongo mi nombre y que, sin tener bordes ni demarcaciones, puedo reconocer como un trayecto propio. 

Llego a casa de madrugada un poco borracha y con una sensación caliente en el pecho. Llego arropando una verguenza pero también sintiéndome invencible a causa de ella. No soy parte de nada y al mismo tiempo puedo abrirme por completo para acoger cualquier emoción humana. Mi propia herida me hace más aguda para penetrar en la oscuridad de otros. Me sangra la boca cuando enuncio mi lugar en el mundo y me embriago del sabor metálico de la piel y de los cuerpos de los que me rodeo. 

Jugamos y parece que nos divertimos. Luego rompemos algo y nos escondemos. Yo regreso a casa de madrugada, un poco borracha y sintiéndome contenta. Mi cuerpo está cansado, ya casi se me acaban las palabras, he desistido de algunas formas del amor y por momentos me ahogo en los ojos que me desean. Sigo jugando y parece que me divierto. Parece que ya lo he roto todo y que ya no tengo lugar en dónde esconderme. Regreso a casa y me siento contenta.


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