martes, 27 de septiembre de 2022

Palabras de la vergüenza (318/365)

Voy recomponiendo la estructura de los días de mi vida y me parece que las cosas van mejorando. 

Decido hacer algo importante por mí: confiar en mis palabras. Me he pasado la vida arrepintiéndome de las cosas que digo y de las que no soy capaz de articular con la velocidad del pensamiento. Me pesan tantas y tantas palabras que digo a la ligera y que me parece que dibujan imágenes distorsionadas de mí misma. Pero me propongo estar más atenta a lo que digo como una pista, como una señal. 

La primera palabra es la que oculta por todos los medios posibles la vergüenza. Confío en todas las palabras de la vergüenza y las saboreo aunque me hagan retorcer por amargas. Confío en que hay algo en ese sabor que puedo conocer, que me puede dar una experiencia más profunda del mundo. 

Me he pasado la vida huyendo de la vergüenza por ser y por no ser; por tener y por no tener; por aparecer y por desaparecer.  Me he avergonzado de mi nombre, de mi cuerpo, de mi casa, de mi olor, de mi pelo, de mi voz, de mis decisiones, de mis abismos, de mis proyectos, de mis palabras, de mi familia, de mis amores, de mi vagina, de mi deseo, de mi amor, de mi silencio, de mi cobardía, de mis zapatos gastados, de mi pobreza. Me he avergonzado de las cosas por las que da vergüenza avergonzarse.  Y detrás de todo hay una pista, una señal. Debajo del peso de esa sensación hay una parte de mí, una parte tierna y vulnerable. Soy también mi vergüenza y el valor que me requiere mirarla de frente. Soy la bondad que toca esa parte intolerable y tiene la paciencia para curarla. 

Confío en mis palabras, en estas que reconocen mi parte más rota. Las palabras hacen cosas. Confío en eso.  

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