El cuerpo cansado no deja pensar ni sentir con claridad. Se queja, reclama, exige atención y se lleva la mejor parte de los días. El cuerpo cansado se empacha de comida y de caprichos sentimentales para aliviar la incomodidad y nunca lo logra.
Al cuerpo le gusta sentirse arropado y protegido, acunado y contemplado, pero eso parece cada vez más difícil de garantizar. Pobre cuerpo que a veces no resiste ni el peso del silencio ni la frescura de la soledad. Entonces el pobre se repliega y agrava. Hay que desplegarlo de nuevo con paciencia para que ventile y pierda el olor de la humedad estancada.
Le basta un tacto sereno, un apapacho sorpresivo o una cercanía cálida para descansar. Eso, o tenderse bajo la cobija caliente por las horas de las horas del amor que el cuerpo sabe darse a sí mismo en la inmovilidad amorosa y atenta de la simple respiración.
No dormí nada. Mi cuerpo es ahora como un bebé. Voy a la cama.
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