miércoles, 22 de diciembre de 2021

Días de nostalgia (40/365)

Siempre es nostálgica esta época del año. Tan lejos, como estoy, de ese espíritu de compartir y de participar de tradiciones, tomo un poco de distancia para mirar la incomodidad que muchos compartimos en estas fechas de tanta gente, tanta comida, tanta basura y tanta, tanta soledad. 

En algunos momentos en los que me detengo a mirar lo que pasa alrededor, me pregunto ¿en realidad quiere, esta persona (mi tía, por ejemplo) estar ahí sentada, rezando oraciones a un dios en el que, según dice, no cree y cantando villancicos con una maraca en la mano? ¿de verdad estar ahí es algo que le hace bien? ¿o es, como fue para mí por mucho tiempo, la camisa de fuerza de eso intocable que se llama familia?

Mi nostalgia de esta temporada no tiene que ver con haber perdido esa risa que inunda mi casa cuando está todo el mundo reunido, sino, más bien, por la libertad y la serenidad que aun no vislumbro cuando tengo que sentarme en medio de ese torbellino de alegría y abrazos que no acaba de convencerme. 

Puede que toda esta molestia no sea más que un rezago de mi amargura adolescente o la incipiente soledad autoimpuesta de mis años por venir, pero aquí me paro estos días: en esta palabra que es mi propio nombre me sostengo y apuesto por resistir, a veces no tan pacíficamente, a los mandatos divinos de esta cultura nuestra. Me acomodo en la nostalgia de la que aun no consigo ser, en la certeza de saber que ese fuego está en mi interior y que espera la intensidad adecuada de viento para elevarse en una hoguera que, al fin, acabe con todo lo seco y lo viejo para que los retoños verdes tengan el mejor terreno para brotar. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario