jueves, 2 de diciembre de 2021

De neblina (20/365)

Si esta noche desaparezco, me gustaría aparecer de nuevo como la neblina de mañana temprano. Quisiera ser, en una mañana de diciembre del altiplano, un cuerpo inmaterial de gotas microscópicas de agua suspendidas en la atmósfera. 

Si has salido a caminar en una de esas mañanas, debes conocer esa sustancia que parece blanca y que se derrama sobre las cosas que aun están despertando. Es algo melancólico y algo mágico, como un abrazo callado, como resistirse a algo muy dulce. 

A mí me gusta salir a caminar con mi perra por las vías que pasan cerca de la montaña y ver, en los prados que aun sobreviven a la feroz urbanización del pueblo, las vacas y las ovejas que siguen de pie, comiendo como desde la noche anterior, medio difusas a lo lejos, separadas de nosotras por ese velo de nube que el sol de las 8:00 am, finalmente, habrá de correr dando paso al azul enceguecedor de estos meses. 

Redescubrí la neblina ahora que he regresado y me ha conectado con algo muy profundo de mi corazón. No. No soy un ser de mar, soy un ser de las montañas y de los verdes. Ahora sé que soy un ser de la neblina aunque todavía no sepa qué significa eso. Pero sí sé que, aunque no lo parezca, no soy más que un cuerpo inmaterial de gotas microscópicas de agua suspendidas en la atmósfera, suspendidas en tu propio cuerpo cada vez que respiras, cada vez que frotas tus manos para sentir el calor de la vida. Esa soy yo. No sé muy bien qué significa, pero soy yo, que estoy al mismo tiempo en tu ventana y en la cumbre de los cerros que se ven desde la misma ventana. Ahí estoy cada mañana con mi cuerpo inmaterial de partículas de agua. 

La física de ahora me está ayudando a que se entienda mejor.

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