domingo, 12 de diciembre de 2021

Bondad (30/365)

Creo que subestimamos el poder de la bondad.

Creo, también, que todos los seres hemos experimentado la sensación de ser rescatados por algo mínimo, algo imperceptible. 

Una noche tocaron a mi puerta; acalorada como estaba, leyendo muy cerquita del ventilador, me apuré para atender. Estaba ella ahogada en sollozos, con la nariz roja y estaba sudorosa como estábamos todos, siempre, en esa casa. 

Estaba asustada y se sentía sola. ¿Cómo no iba yo a reconocer esa sensación, estando a más de siete mil kilómetros de lo que reconocía como casa, sin poder siquiera salir de lo que ahora hacía encajar en esa misma definición de casa?

La abracé y nunca supe cómo fue que ese poco más de un metro cincuenta centímetros que hay entre mi mano derecha y mi mano izquierda era capaz de abarcar todo su desamparo y su confusión. 

Hace poco me dijo algo que me perturbó. Dijo que cuando tenía ganas de abrazar a Dios, pensaba en mi abrazo. No he podido tampoco saber cómo es que mi propio desamparo y mi confusión pueden adquirir esa dimensión inmensurable. ¿Dé donde sale una comparación como esa? ¿De quién es que habla ella que tiene en poco más de un metro y cincuenta centímetros algo de esa luz y de esa espaciosidad que a mí me parece que se le endilga a Dios?

Al otro día de ese momento en la puerta de mi cuarto bajé a preguntar cómo se sentía. Estaba mejor, compramos una torta y la compartimos. Ella tomó leche y yo café. Al otro día de ese mensaje perturbador me levanté temprano para salir a correr y cuando me miré al espejo continuaba inquieta, sin comprender de dónde sale eso que ella dice que le hace pensar en Dios. Esa tarde compré una torta y me la comí con un café sentada en el sillón antiguo de mi cuarto. Recordé las veces en que, aun sin creer en dios, experimenté esa luz y esa espaciosidad donde mi miedo y mi soledad se diluyeron en el gesto más simple de un corazón bondadoso. 

Cuando lloro, mi perra lame mis lágrimas. 

Una tarde Pablo me envió la foto de la pizzería del lado de mi casa, donde solíamos comer juntos.

Mi hermana me regaló una cafetera que yo quería, aun sin tener el dinero para ello. Sólo por hacerme feliz.

Mi tía viene hasta mi casa para invitarme a tomar un café con ella a las 11:00 am.

Raquel encuentra un meme sobre poesía y me lo envía para hacerme sonreír.

Adyla le envía un mensaje de cumpleaños a mi mamá en un español que aun no domina.

Daniel me dice: tu sonrisa ilumina todo.

Mi sobrina se asoma a mi puerta en la noche, guarda silencio un segundo y me dice: te quiero mari.

Aun los que no creemos en dios nos derretimos en el abrazo bondadoso del mundo. Hay silencio y hay calor en los estratos ocultos de las cosas cotidianas. Ahí podemos descansar.

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