domingo, 9 de octubre de 2022

Dichosa (330/365)

Me gustaría tener un conocimiento de la naturaleza que me permitiera crear metáforas sobre sentirme infinita y conectada con el todo; sobre ser un ser luminoso; sobre la generosidad de un amor auténtico. Poder dibujar con palabras imágenes poderosas que conmuevan y que, de alguna manera, capturen las sensaciones de dicha que experimento, al menos fugaces.

Pero no tengo nada de eso. Mi dicha, los trocitos de dicha en que me convierto se parecen más a los mocos que se escurren cuando veo a mi hermana llorar y soy incapaz de sentir otra cosa que su propia angustia y desesperación. Algo que llamo dicha es el golpe seco en el estómago cuando veo en una tienda partituras que me recuerdan a Pablo tocando el piano para mí. Un pedacito de dicha se me aparece cuando la ansiedad me empuja a comerme un sándwich y dos y un poco más hasta la incomodidad física.  Soy puro cansancio de una vida circular que no tiene el menor sentido. Una y otra vez lo intento hasta que las razones desaparecen. Un destello de dicha cuando ya no queda nada. 

Toco mi teléfono de nuevo para ver si hay algún mensaje. ¿Suena familiar? Tocamos el teléfono y no hay ningún mensaje. Sólo no hay ninguna mensaje. No hay nada más. 

No hay más dicha en el océano infinito que en el lavaplatos lleno de loza sucia. No hay más claridad en un amanecer que en la canasta de ropa sucia hasta el tope. La ansiedad, el llanto, el apego, el temor, los celos. La ternura, la compasión, la alegría. No hay nada más. Solo la dicha.

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