jueves, 13 de octubre de 2022

Chispa (334/365)

Una pesadez del cuerpo me impide ser la versión de mí que prefiero y me parece que quiero pasarme la vida en la cama, con mi perra lamiendo mi mejilla, las dos hechas un ovillo de pelos y calor y cariño. Me cansa la forma en que opera el día a día de un mundo enfermo que espera que seamos capaces de resistir, medianamente sanos, la exigencia, la perfección, el desamparo.

Estoy harta de que todos estemos cansados y tristes, de que no tengamos suficiente de nada, viviendo abrumados por lo mucho que tenemos.  ¿Qué es lo que confunde tanto?

Me pone furiosa el esfuerzo en tantas cosas sin sentido; trabajar cuarenta horas a la semana y apenas arañar momentos para leer poesía en el parque o para caminar con los cachorros el domingo, para ir al cine y tomarnos de la mano con alguien que amamos, para cocinar comida que sostenga nuestra vida y no la apague, para dormir todo lo que el cuerpo quiera y alcanzar, alcanzar a todo, alcanzar a todos. Y eso que soy privilegiada.

Qué incomoda esta ilusión de que el caos tenga dead line. No lo tiene. Es el ciclo de nuestra propia vida, pero insistimos. Descorazonador. 

Hay que desarmar la rueda en la que hemos sido embutidos unos sobre otros, unos a costa de otros; darle la vuelta a todo, romperlo, incendiarlo, desistir y renunciar. Hay que hacerlo valerosamente y con dignidad. ¿Importa? Importa. Lo que hacemos importa, la forma en que vivimos importa, la transparencia con la que amamos importa mucho. 

El enojo que pone en movimiento es valioso, es la chispa capaz de iniciar la hoguera en donde fundirnos finalmente. Mi útero se calienta y está a punto de explotar. Una fuerza de vida que me susurra que ya hemos tenido suficiente. 

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