miércoles, 7 de noviembre de 2018

La extravagancia de sentirme enamorada

Acabo de salir de la ducha luego de bañarme por décima vez, intentando deshacerme de esta sensación pegajosa de extrañarte.

En el espejo empañado he puesto tu nombre,
para que desaparezcas cuando el aire frío haya regresado a mi casa.

Voy a cambiar las guardas y voy a cambiar los muebles de lugar.
Pretender que no estuviste nunca aquí y que esta es una casa nueva,
un lugar que no te ha visto caminar desnudo, tan seguro de tu belleza.
Tu, que no te pareces a nadie.

El último rastro que dejaste fue una taza azul y una cuchara cubierta de azúcar.

Ya quité la telaraña del techo para no escuchar tu voz cada vez que me voy a dormir: "tienes un bicho en el cuarto".

Desapareciste por primera vez.

"No te enamores de mi", dijiste
Mientras yo aspiraba tu perfume de mandarinas dulces, ese que tu cuerpo arrojó misteriosamente sobre el mío mientras hacíamos el amor.

No voy a volver a sentirme música entre tus manos, ni memorizaré siete series de números para verte sonreír; yo, que adoré cuando inventaste juegos para pasar el tiempo: ajedrez, adivinanzas o abrazarme como si me quisieras un poquito.

Desapareciste por segunda vez.

De todas las rarezas que me habitan, enamorarme con facilidad es la única que me molesta.

Yo hice de tu cuerpo un mundo y lo recorrí maravillada.
No tuve la precaución de pedir permiso -no se pide permiso para amar a alguien-,
entonces aprendí a perder.
A perderme en ti.
Y a perderte al final de todo.

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